Emilio Lovera ha llegado a esa etapa en la que su sola presencia basta para instaurar la sonrisa cómplice entre los venezolanos. Es automático: verlo es poner entre paréntesis a la seriedad y disponerse a entrar en ese estado de gracia donde la risa es una forma de liberación. Su imagen está inscrita en la zona más alegre de la memoria nacional. Cualquiera que lo recuerde de aquellos años en la célebre Radio Rochela –y son millones quienes lo recuerdan–, de inmediato evocará a Perolito, el Waperó, Gustavo el Chunior, Chepina Viloria, Palomino Vergara… decenas de personificaciones que integran el imaginario costumbrista del país. Son muchos los rostros, las voces, las encarnaciones que habitan en Emilio Lovera, pero el deseo ha sido uno solo desde el principio: hacer felices a los demás.