Cuenta Valentina Quintero que hace más o menos quince años, en uno de sus muchos recorridos por Venezuela, le tocó visitar un apartado pueblo del occidente llamado El Carrizal. Al llegar, advirtió que no había nadie en la iglesia, ni en el colegio, ni en las casas. Todos sus habitantes, salvo una familia, habían abandonado el lugar. Intrigada, Quintero le preguntó a la madre de esa familia por qué no se habían ido. “Aquí están mis afectos –le respondió–, aquí están mis recuerdos. Yo de aquí no me puedo ir”. Quintero vio reflejado, en esas palabras, el sentido de su vida. Entendió que ella también sería “una tristeza ambulante” en cualquier otra parte del mundo. Su oficio de andanzas, entusiasmos y testimonios a lo largo y ancho de Venezuela no ha hecho sino confirmar ese apasionado arraigo por el país del cual ha sido militante durante más de treinta años. Y contando.