Acorde con sus apetitos, Víctor Moreno asegura que una de las personas más influyentes en su temprana formación fue el cantinero de su colegio. Tan estrecho resultó ese vínculo que, pese a su corta edad, Moreno llegó a convencerlo de vender empanadas de cazón en los recreos. El recuerdo ilustra una precoz convicción: desde la infancia, la comida significó para este cocinero venezolano la medida de todas las cosas. Por eso admite, con la espontaneidad que lo caracteriza, que siempre fue un glotón deseoso de trabajar en algo que le permitiera estar cerca de la comida. El niño gordito y travieso de aquel entonces supo resistir con humor el bullying de sus condiscípulos a fuerza de creer que el oficio de chef no solo es tan valioso como cualquier otro, sino el más sabroso de todos.
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