Laureano Márquez no ha olvidado aquella mañana de abril de 1976 cuando su profesora de Castellano entró al salón de primer año y anunció la noticia: “Este fin de semana falleció Aquiles Nazoa”. Al constatar que ninguno de sus alumnos sabía quién era Aquiles Nazoa, la profesora cerró el libro de Castellano, abrió el periódico y empezó a leer los artículos contenidos en la edición especial que El Nacional le dedicó al autor caraqueño. Ese día Laureano Márquez aprendió dos cosas decisivas. Que Aquiles Nazoa es uno de los escritores y humoristas más importantes del país. Que los humoristas provocan eso que ocurrió en la clase: un recreo imprevisto en la rutina.
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